Teresa y Juan Pablo
“En otra ocasión, un señor vino a nuestra casa y me dijo: “Hay una familia hindú con unos ocho hijos que llevan mucho tiempo sin probar bocado.” Tomé al instante algún arroz para aquella noche y acudí con él a aquella familia. Pude ver dibujada la imagen del hambre en aquellos pequeños rostros de niños que semejaban esqueletos humanos. A pesar de ello, la madre tuvo el valor de dividir en dos raciones el arroz que les había llevado. Y salió. A la vuelta le pregunté: “¿A dónde ha ido? ¿Qué ha hecho?” Me contestó: “También ellos tienen hambre.” ¿Quiénes eran ellos? Una familia musulmana que vivía enfrente y con el mismo número de hijos. Ella sabía que tenían hambre. Lo que me estremeció más fue que ella sabía y, porque sabía, dio hasta el desgarro. ¡Esto es algo muy hermoso! ¡Esto es amor de hechos! Aquella mujer dio con sacrificio. No quise llevarles más arroz aquella noche porque quise que gustasen la alegría de dar, de compartir. ¡Tendrían que haber visto ustedes los rostros de aquellos pequeñuelos! Comprendieron inmediatamente lo que su madre había realizado. Sus ojos brillaban con la sonrisa. Cuando llegué, aparecían llenos de hambre. Tristes. Pero el gesto de su madre les había enseñado en qué consiste el verdadero amor. ¡Esto es lo más grande de los pobres! (Teresa de Calcuta)
La solidaridad no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas cercanas o lejanas. Al contrario es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos realmente responsables de todos.” (S.R.S. 38) Juan Pablo II.
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